La esperanza se vive entre finales y comienzos

La esperanza se vive entre finales y comienzos

Si hace un año a los venezolanos se nos hubiera dicho que estaríamos viviendo esta inusitada sensanción de esperanza, no nos lo habríamos creído. El escepticismo nos ha tomado el alma. Y es que han sido 20 años de desgobierno, 7300 días viviendo como si de una película de terror se tratara, la destrucción de lo que en alguna ocasión se le llamó «la Suiza de América», ver en primera fila como se fue acabando todo lo que nos era familiar, desde costumbres, hasta el léxico, pasando por los símbolos patrios y la forma de vida.

En ese estado de desesperanza hay que hacer «mea culpa» y asumir que el monstruo de la revolución siempre se veía cada vez más grande, más robusto, más invencible. No es para menos. El artífice del bodrio socialista en el norte del Sur tejió (se le reconoce) una filigrana que le permitiera mantenerse a él y a sus acólitos por el tiempo que fuese necesario, como lo hicieron los cubanos. Para el líder supremo, irse antes, no estaba en el plan, pero los designios celestiales no son sobornables.

Sin embargo, luego de tantas caídas, engaños, decepciones, sin esperarlo llega la tan anhelada luz al final del tunel. No será fácil, no será rápido. La destrucción institucional es la piedra de tranca para avanzar hacia la democracia, todo el estamento gubernamental a cualquier nivel, está contaminado por personajes verde oliva que fueron sacados de los cuarteles y de su submundo militar a ocupar los espacios civiles, para los cuales nunca tuvieron ni la preparación, ni el interés en mejorar puesto que la intencionalidad con la que fueron asignados tuvo siempre otros objetivos: controlar y robar.

Es evidente que el tiempo ha mellado en el socialismo del siglo XXI, pues solo queda el discurso, una arenga sinsentido, hueca, corrupta, disfrazada de eficiencia gracias a una elaborada política comunicacional, que es capaz de mostrar, sin ningún tipo de escrúpulos, a un patético presidente que saluda con alegría a una plaza vacía. Pero, aún están aferrados al poder, no está fácil desprenderse de la noche a la mañana del salmón y el caviar, no hablemos de los escoltas y lujos excéntricos, el cascarón todavía puede durar un tiempo más porque precisamente, quienes lo sostienen están tan embarrados en negocios turbios y dineros malhabidos, que por nada del mundo están dispuestos a irse. Creyeron que hacer elecciones con un organismo electoral genuflexo, les iba a perpetuar y con ello disfrutarían de la impunidad eterna, gracias a un sistema de justicia totalmente parcializado y dispuesto siempre a complacer a la nomenclatura bananera.

Entonces… ¿Cuando se van?

Si no nos vimos venir este outsider, a pesar que era un escenario que estaba allí, pero que nunca fue el más factible; ahora, sería irresponsable generar estimaciones acerca de unos tiempos de los cuales no se tiene certeza, unos lapsos que pudieran ser cortos, pues es lo que la gran mayoría desea, pero que dada la complejidad jurídica interna y los elementos geopolíticos presentes, no se vislumbra que sea tan rápido. Es una temeridad hablar de tiempos que no se manejan. No se vale jugar con las expectativas. Pero llegamos a este punto, tenemos una cuerda que se tensa entre el gobierno saliente y los ciudadanos. Un momento complejo, lleno de incertidumbre. Nadie sabe la fecha.

En este sentido, lo más importante es que ya comenzó y que no hay vuelta atrás, que esa desesperanza tan arraigada está dando paso a alegrías, sueños, encuentros, abrazos, sonrisas y el gobierno lo sabe, lo siente, el repudio es mundial, las ganas de retomar el país es una fuerza indetenible.

Cada día estamos más cerca del gran día, ya han pasado 20 años y muchas lunas es el momento y mientras llega hay que evaluar, hacer un «damage control» bastante laborioso, porque lo que viene tampoco va a ser fácil, lo que queda de la revolución bonita son escombros, desfalco y miles de casos de corrupción por investigar. Reinstitucionalizar, reconstruir, rehacer el país, devolverle la paz y la libertad a los ciudadanos.

No es trabajo de un líder, de un salvador, del «gendarme necesario», es la apuesta por un contrato social sustentado en la ÉTICA a todo nivel. Un reto que debemos asumir todos donde nos encontremos, cada quien desde su espacio. Después de la resaca del final inevitablemente vendrá un reto de dimensiones inimaginables.

Esto apenas comienza…y sí, vamos bien, vamos muy bien

 

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