La infelicidad como objetivo estratégico del Plan de la Patria

La infelicidad como objetivo estratégico del Plan de la Patria

En el más reciente informe de World Happiness Report, Venezuela aparece como el país menos feliz de Latinoamérica. Ciertamente, las mediciones demuestran lo que se siente en el ambiente del país: desesperanza, incertidumbre, tristeza, frustración y angustia. Y no es para menos.

Los venezolanos estamos viviendo una de las etapas más oscuras de nuestra historia y a pesar que el gobierno bolivariano se empeñe en ocultar las cifras macroeconómicas que lo respaldan, la realidad se encarga de desenmascarar la peor gestión que haya tenido la oportunidad de guiar los destinos de la «Tierra de Gracia».

En tal sentido, no resulta complicado entender cómo la incompetencia nos ha ido llevando a situaciones jamás imaginadas por un país con riquezas naturales y gente laboriosa y creativa, siempre dispuesta a reinventarse en las adversidades.

Pero todo tiene un límite…

Sin embargo, el venezolano chévere, que disfrutaba la vida de manera sencilla, que de todo hacía un chiste, que siempre veía el futuro con esperanza, ha visto como de un momento a otro su capacidad de compra y la calidad de vida a la que estaba acostumbrado ha ido decayendo ante sus ojos sin poder hacer nada para impedirlo. Esto ha sido en todos los estratos sociales, el empobrecimiento es general. Lógicamente, un pequeño grupo escapa a esta situación.

Progresivamente la ideología política del gobierno de turno ha ido cercando y llenando todos los espacios hasta prácticamente controlar todas las actividades de la población; desde la comida, pasando por la educación, la vivienda, el transporte, la salud y todos los ámbitos en los cuales exista la posibilidad que el Estado omnipotente y omnisciente pueda estar controlar socialmente a la población. La pobreza es perfecta para tal fin.

Es así como la pujante clase media venezolana ha ido desapareciendo poco a poco, ya sea porque emigra en busca de mejores oportunidades para garantizar su calidad de vida o sencillamente su poder adquisitivo va mermando sin prisa, pero sin pausa, hasta llevarla a estratos socio económicos más bajos.

Los jóvenes profesionales que hacen un gran esfuerzo por estudiar, trabajar se ven obligados a inscribirse en los programas gubernamentales para poder llevar alimentos a su casa, ya que con lo que ganan producto de su salario, resulta insuficiente para cubrir sus gastos. Nuevamente, la pobreza permite controlar a los individuos.

Es así como, hoy en día en la Venezuela bolivariana, es imposible para un profesional  con suelo mínimo, pensar en tener acceso a una vivienda o un automóvil. No se diga, hacer un postgrado o tomar vacaciones fuera del país. Un privilegio que solo unos pocos pueden acceder gracias a las bondades rojas.

¿Y dónde quedó la felicidad? 

En Venezuela la felicidad quedó reducida a tener la posibilidad de comprar los productos de primera necesidad, la felicidad se reduce a llegar a casa con vida en uno de los países más peligrosos del planeta, la felicidad se ha convertido en un lujo socialista. La felicidad está al nivel más bajo de la pirámide de Maslow.

Atrás quedó el país de la mujeres bellas, pues mantener la belleza en Venezuela es una exquisitez que no todas pueden costear. Los problemas acceso a los alimentos y sus altos precios, nos están dejando una generación de mujeres (y hombres) con problemas nutricionales de talla y peso.

Por otra parte, el deterioro de los servicios públicos básicos, la reaparición de enfermedades que estaban erradicadas, la insalubridad: LA POBREZA, han hecho de los venezolanos unos seres que perdieron el tricolor que tenían en el alma y ahora viven en una degradación de grises, donde, al menos por el momento, no hay espacio para el verde esperanza.

Pareciese que la infelicidad se ha convertido en la única política pública exitosa del gobierno bolivariano, borrar sonrisas resultó ser el objetivo oculto del del Plan de la Patria.

 

 

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